miércoles, 29 de julio de 2009

Pensándolo bien

Siempre que veo a uno de los colaboradores de este blog, me siento un poco más cínica. Eso es porque dicho personaje, de cierta forma, me hace ver lo mejor pero también lo peor de todo. Ayer lo ví y me regañó y me dijo " de cosas" porque no escribo y que por mi culpa este blog no avanza. La realidad es que el tema #1 es ambiguo para mi. Me disculpo por la tardanza.
En términos laborales, no hay desesperanza, no hay ilusiones rotas, todo lo contrario. En términos individuales, claro. Me encuentro bastante satisfecha con el maravilloso desempeño que he tenido ( ¿ por qué no decirlo si es cierto?) y me he visto a mi misma en situaciones que no esperaba tener. Principalmente, porque voy apenas empezaré a cursar el segundo semestre de la carrera. Suave. Chingón.
Sin embargo, la desesperanza aparece todos los días, al cuestionar y al darme cuenta que las realidades no corresponden a las dimensiones adecuadas y que siempre se pospone la verdadera agenda nacional.
Aparece cuando veo a mis amigos no conseguir dinero para un proyecto suave, cuando veo a mi pequeña hermana con un futuro poco alentador en diferentes términos, cuando mi hermano me habla pedisimo a las 4 de la mañana desde Belize y tiene temor de regresar a México por no tener la certeza de un trabajo. Las ilusiones rotas se adhieren al verme incompleta a hablar con alguien que me gusta, al pensar ( muy equivocadamente) que nunca me volveré a enamorar. Abrir el periódico y ver como algunos se enriquecen a costa de unos muchos.

No sé cómo terminar este post y ahi hay otra desesperanza. Tal vez no tengo futuro en la escritura. Ja.

martes, 14 de julio de 2009

Manifiesto por la Eutanasia parte I: Desesperanza y Desesperación.

Es increíble lo que hemos logrado. Tiempo-real, hyper-producción, realidad virtual, la luna (Marte coming soon), bombas nucleares, y la prolongación de la vida hasta niveles que rayan en la crueldad. Y es que hemos extendido eso que llamamos vida al punto que esta misma no sólo deja de valer la pena, sino que su permanencia se vuelve un castigo.

Lo mismo nos pasa como especie.

Huimos frenéticamente hacia adelante impulsados por el miedo que le tenemos a las consecuencias de lo que erróneamente llamamos ‘desarrollo’. Generamos nuevas tecnologías que permitan subsanar los daños que ocasionamos en el pasado; ó si esto no es posible, los dioses del silicón y fibra óptica nos librarán de todo mal. En teoría no debería de haber problema siempre y cuando no se detenga la carrera del progreso. Ignoramos que la única cruz que cargaremos por siempre es la de nuestro pasado; no importa que tan acelerada sea esta carrera contra el destino que hemos construido con nuestras acciones y las de quienes estuvieron antes que nosotros. La cuenta siempre llega.

Si. Tal vez podremos seguir con vida en los próximos años aunque el costo de la supervivencia implique que estemos un poco peor. Luego un poco más, luego un poco más… Seguiremos aquí, pero temerosos de un astro rey que puede enfermarnos de cáncer. Seguiremos aquí, pero cada vez más miedo al contacto con los demás. Seguiremos aquí pero cada vez más explotados, más enajenados, más solos. Un bienestar que se erosiona junto con el valor de la vida artificial que buscamos mantener a toda costa.

¿Donde esa vida que exigimos sea respetada por sobre todas las cosas -incluida la vida misma- deja de serlo?

Hay que morir con dignidad cuando ya no se puede vivir con dignidad.

Desesperanza y desesperación

Despierta con sexo matutino. Se viste con calma, y sale con camino al trabajo, en la comodidad de los amplios sillones del carísimo auto que maneja. No importa llegar tarde; las ventajas de ser el jefe. Pasa la mañana entre llamadas con colegas y amigos: activo, siendo importante. A la tarde come con algunos viejos compañeros de trabajo; los alimentos pasan entre anécdotas viejas y tragos nuevos. Vuelve unas horas a afinar algunos detalles de la empresa. Antes de llegar a casa, compra un ramo de flores para su esposa y juguetes para sus dos hijos. Al entrar lo reciben besos y abrazos y olor a cena casera. Se sientan a la mesa, comen entre risas e historias del día. Al final, un postre. Mientras los niños juegan, su esposa se sienta a su lado. Él se agacha, hurga en una bolsa negra que ha estado a sus pies toda la noche, ase con fuerza una pistola, la pone en su cien y aprieta el gatillo, llenando de piezas sangrientas de hueso y materia orgánica el bello rostro de su esposa, el helado suculento, las blanquísimas paredes, el impecable piso, la esterilizada mesa, los hijos perfectos, la felicidad prefabricada, la vida de consumo y esclavitud voluntaria.
Es libre.