domingo, 27 de septiembre de 2009

EL DISFRAZ EXQUISITO DE LA APATÍA (e pure si muove)

Procrastinación es una palabra demasiado bonita para nombrar a un proceso tan mundano, tan absurdo como la propia existencia de la humanidad, pero no podía ser de otra forma porque al final son lo mismo, exactamente lo mismo. Uno piensa en el ser humano y lo último que no llegará a la mente seguro será esta hermosa palabra y todos sus sinónimos que son mucho más recurrentes en el lenguaje popular: hueva, flojera, aletargamiento, apatía… todas palabras que sin ser exactamente lo iguales, derivan en un mismo proceso, ¿pero que proceso? Parece no haber tal, parece que en la flojera no hay nada más que la ausencia de todo, movimientos automáticos, acción sinsentido, un ir y venir sin saber, sin conocer sin pensar. Y sin embargo, así es, uno de los elementos más característicos de todo ser humano se encuentra en la ausencia de voluntad, la falta de ganas, una enorme y brutal flojera que se disfraza con un hermoso nombre, nombre que hasta parece hacer referencia a un complejo e importantísimo fenómeno: procrastinación.

Pero es que así es, la procrastinación es un fenómeno brutalmente importante en la vida de todo ser humano, único animal que puede darse el lujo de tal forma de actuar, cuestión que muy fácilmente aunque con cierta peligrosidad, nos llevaría a pensar que es –cualidad/vicio- inherente al ser. No entendemos el constante paso del tiempo en nuestras vidas si estos hermosos, sublimes e improductivos periodos de enajenación, enajenación originaria que va más allá de cualquier proceso artificial que nos evoque en la misma situación. No hay medio de comunicación ni programa ni actividad moderna que pudiera mantenernos en tal situación sino fuese porque es un fenómeno que hemos interiorizado, que es parte de nosotros. Todo el aparato de consumo (y digo consumo en su más amplia acepción) sólo nos inducen a mantenernos en éste estado, lo alimentan más no lo producen. Tampoco entendemos al ajeno sino a partir de un intercambio constante de experiencias de este género, pues el desplazamiento de las actividades “necesarias” es una constante en la vida de todo conocido, amigo o hijo de vecina:

-Hola que tal, ¿Cómo va todo compa?
-Pues bien tranquilo, pasándola, ¿Tu cómo vas? ¿Qué has hecho?
-Yo, pues nada, me la paso echando la hueva.

Discurso clásico, especialmente en la vida del mexicano, y no es que apoye los clichés y los prejuicios sobre el tan afamado nacional huevón, pero es cierto, este diálogo se ha vuelto una constante entre los compañeros, incluso los más activos y comprometidos con el constante actuar. Y hablo del mexicano porque es al que conozco de forma más directa, soy uno de ellos, he sentido y vivido esta dinámica en la que desplazo mis actividades obligadas ad infinitud encontrando satisfacción efímera en cualquier otra estupidez que me mantenga distraído, absorto, RELAJADO. Remarco esta palabra porque es la que encierra la respuesta que yo le doy a la existencia necesaria de la procrastinación como parte fundamental de la vida del ser humano.

Exactamente, es así de sencillo, el ser humano necesita momentos de relajación, espacios de tiempo en los cuales olvidar que es responsable de alguna tarea, que tiene que mantenerse con vida y para ello debe trabajar, estudiar, construir, pensar, reflexionar, concluir proyectos… [pfff], en fin una variedad infinita de actividades con una finalidad específica. Si lo pensamos bien, la vida del ser humano, desde el principio de los tiempos, ha sido realmente estresante, nos agobia la responsabilidad de cargar con la conciencia -derivada del uso de la razón que sólo el homo sapiens ostenta- de nuestra misma existencia y de la necesidad de actuar de determinada forma para mantener esa desdichada y tan valiosa presencia en espacio y tiempo. No es fácil cargar con tan tremenda responsabilidad, y pese a nuestro amargo sentimiento de que los tiempos anteriores siempre fueron mejores, estoy seguro que es un sentimiento que se repite en las generaciones pasadas hasta sus inicios: “ya no es como antes”, “antes todo era más sencillo”, “ojalá hubiera nacido en tal o cual década”, etc. en eso nos pasamos los días, en pensar y darnos golpes de pecho por la cruel y terrible vida que nos tocó vivir, con toda razón creo yo, pero siempre con un límite, y ese límite lo marcan los periodos de procrastinación diarios en los que todos nos hemos sumido alguna vez para escapar de las constantes presiones.

Si duda es necesaria, por muy jodida que parezca, pero si no, el estrés nos llevaría a la decadencia social e individual, sino vean a los “gringos” o a los nórdicos, sociedades que viven en la opulencia de su “superdesarrollo” logrado con “gran esfuerzo” y trabajo constante, pero que terminan con los índices más altos de suicidio y homicidio, dos extremos igual de decadentes. Frente a estos casos la sociedad mexicana y todas las latinoamericanas tan criticadas por su lentitud permanente, por nuestro aletargamiento y culto a la procrastinación, son problemas menores, incluso podría ser una ventaja, pues gracias a ello nos mantenemos con vida, y me refiero a vida de verdad, no a la rutina en la que se encierran las sociedades “desarrolladas” en las que toda acción que no produce un beneficio es basura.

Por ello yo me pregunto ¿tan mala será la procrastinación? A fin de cuentas avanzamos “lento pero seguro”, no somos sociedades estáticas, sin historia ni futuro como alguna vez con gran ignorancia se dijo de los africanos, seguimos otros caminos, pero claro que si nos comparan con “ellos” (los productivos y desarrollados) bajo sus propios parámetros de obsesión productiva nos veremos en desventaja, pareceríamos, en esas circunstancias, sociedades sin ritmo, sin trabajo, adormecidas. Y por el otro lado vivimos la vida, la pasamos alegres, disfrutamos de ella y como dicen los italianos e pure si muove, seguimos adelante, crecemos nos desarrollamos.

Así que la próxima vez que reflexionemos sobre este “despreciable fenómeno”, recordemos que nada es completamente negativo, que todo proceso, fenómeno u actividad humana tiene al menos una doble función, en este caso la de alentar pero también la de relajar el transcurso de la vida cotidiana.

En críticas y análisis sobre lo negativo que se ha vuelto en nuestras sociedades hacer de la procrastinación un culto, se me irían al menos el doble de palabras de las que ya he escrito, y no es lo que pretendo hacer… para ello mis compañeros de este gran espacio ya han lanzado sus incisivas y agudas reflexiones, lo mío son sólo acotaciones.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El todo y la nada: vueltas en circulo para evitar cualquier labor

La mera idea de escribir un texto sobre las cosas que hacemos para evitar hacer lo que debe ser hecho es una contradicción. Estoy sentado, manos en el teclado, saltando rápidamente de página en página, de libro a pantalla, de bebida a manos vacías, de mirada perdida a simulación de atención. Me veo rodeado de distractores visuales y estímulos sensibles excesivos. De la titilante pantallita de mi computadora salen palabras como vomitadas sin esperanza de ser vueltas a consumir. Un eterno desfile de ideas que nacen muertas se me presenta a los ojos; yo pienso en salir a fumar. Trabajo, hay, siempre. Siempre hay algún trabajo para evitar hacer el trabajo encomendado; siempre es posible hacer algo para no hacer nada y que todo permanezca igual.
Yo no quiero buscar las razones profundas de la falta de atención a una sola cosa. Yo no quiero asumir que es un mal civilizacional, que todos nos vemos afectados por ello, pero miro en las otras pantallas el mismo ocio que en la mía, con contenidos distintos que nada cambian.

Al final el hacer tampoco es hacer, al menos desde donde todas las mañanas me siento y escribo y escribo para que me archiven y me archiven y no trascender. ¿De qué sirven tanto llamamiento al cambio, tanto análisis de los problemas mundiales, regionales, nacionales? ¿De qué sirve todo, para qué hacer algo, para qué hacer nada? ¿No será la falta de voluntad de hacer una conciencia incipiente de que el hacer cotidiano no sirve para nada?
Despertar, coger las llaves, salir corriendo, tropezar con la banqueta, caer en el charco, mentar madres, subirse al camión, apretarse en el metro, parar en la tienda, comprar un café, checar en el biométrico para quedar fichado, subir 16 pisos, prender una computadora, teclear cosas, borrar otras, archivar, desarchivar; apagar una computadora, bajar 16 pisos, checar en el biométrico para cerrar la ficha del día, parar en la tienda, comprar cualquier cosa, apretarse en el metro, subirse al camión, bajar con desgano, arrastrar las piernas, entrar lentamente, aventar las llaves, tirarse en la cama.

¿No son todas mis acciones retardantes de la vida? ¿No son el aferrarme a 5 minutos más en la cama, a la búsqueda inutil de algo que no poseo, el olvidar las llaves, pequeños reductos de vida en una existencia que nos urge a deshumanizarnos?

La misma deshumanización de la cotidianeidad nos exige ser eficientes, controlar nuestros tiempos, hacer todo lo que nos hemos autoimpuesto hacer en el momento que ha de ser hecho. Pero nuestra naturaleza se resiste, a menudo en acciones inconexas y a simple vista incomprensibles, como contar los puntos en el techo de mi cuarto, o buscar figuras en el viejo tirol de la pared. Somos humanos, nos preocupamos por las pequeñas cosas; nos obligamos a ser máquinas, a no preocuparnos por nada más que por operar de la mejor manera. Ahí es cuando el hacer algo que no es lo que hemos de hacer se convierte en problema.

No pretendo, al final, elevar a carácter de resistencia la procrastinación, pues no es mi rol. Poco importa, pues aquí me encuentro haciendo nada, escribiendo sobre todo, con los ojos cerrándose y ganas de salir a caminar.
En el tintero queda la tesis, queda el trabajo, quedan los cuentos inconclusos que colman mi imaginación y no pasan jamás a la palabra; queda el sueño, queda la vigilia, quedo yo, perpetuamente oscilando entre momentos idénticos, en los que el tiempo no pasa; pasa todo, no pasa nada.